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CONOCIENDO LA HISTORIA, FRANCISCO DE MIRANDA (Parte 1)

Actualizado: 16 ago 2021

Una parte de la historia que no es contada en los colegios, y nuestros hijos tienen el derecho de saber el porqué ocurrieron estos sucesos del pasado. Todo por mantener a raya una juventud que no piense sino que se deformen cerebralmente con esos sonidos vacíos de los cuales ya he hablado antes.


El siguiente relato histórico les va a helar la sangre y el porqué es inútil hacer revoluciones donde se pierden vidas inocentes. Así que por favor tomen asiento porque esto va para largo y no hay que dejar que ningún tibio pisaverde acomodado le diga a usted que es un “bodeguero” sin tener las pruebas para tal calumnia. Porque esos mismos defienden el narcotráfico y odian la historia, y sin más que decir vamos a comenzar esta narración que llevo planeada desde hace tiempo.

No había pasado un mes desde su liberación, y cuando se produce el golpe de estado de los jacobinos, con Robespierre y Marat encabezando el nuevo estado policíaco, brutal y sediento de sangre. Cincuenta y nueve miembros de la Gironda, todopoderosos de la víspera, estaban encarcelados y sometidos al tribunal revolucionario en el que descuella como juez el fatídico Fouquier Tinville, un borracho, instrumento del enigmático Maximiliano Robespierre, a quien ya lo conocen como, para su gran satisfacción, el incorruptible; y de Jean Paul Marat, el intransigente escritor que desde su bañera con el número 101 y en la Convención, azuzaba y señalaba implacable a tantos para el paseo fatal. Casi todos los girondinos fueron guillotinados.

El antiguo y poderoso presidente de la Convención y miembro de ella, Jérome Pétion, ha huido; y perdido en los bosques de Burdeos en compañía de François Buzot, también diputado, en su desesperación ambos se ahorcan. Cuando los encuentran, ven que no tienen piernas porque los lobos las han devorado. Marat en su momento de mando, mostró, como en todos sus escritos, la saña fundamentalista que lo caracterizaba. Fue tanta, que sin ningún reparo hizo prender en su laboratorio y guillotinar a un sabio como Antoine Laurent de Lavoisier, gran químico y profesor que había hecho significativos aportes a la ciencia de tan alto valor, que todavía lo son para nuestra época. El desprecio por esos valores fue tanto, que el tribunal que lo condenó dejó anotada en la sentencia esta significativa frase:

“La república no tiene lugar para sabios”.

El sacrificio de esta pléyade de revolucionarios y tribunos que apenas comenzaba, produjo naturalmente una reacción. En la provincia de Caen vivía una mujer que se identificaba con los girondinos, había sido religiosa y era una lectora incansable de Rousseau y todos los enciclopedistas, al igual que del abate Reynal. Esta joven sintió un llamado casi místico interior para cumplir una misión, que ella misma sintió era necesaria. Urdió un plan para dar muerte a Monsieur Marat, ese incisivo señalador de tantas desgracias. Tal mujer se llamaba Charlotte Corday D’Armont. Y un día de junio de 1793, con todo el engaño y argucias de que se valió a través de cartas, logró ser admitida a la presencia del escritor, miembro de la convención.

Como de costumbre él estaba en la bañera. Conversaron por un corto tiempo y ella, felina como Judith, extrajo con gran velocidad una pequeña daga que portaba oculta, y asestó un penetrante golpe en todo el corazón. Allí quedó Marat desangrándose y mudo en su bañera, mientras ella salió tranquila de la casa. En la calle sintió el cálido sol de la libertad acariciado sus rosadas mejillas. Cinco días después del gran alboroto que se armó, la cogieron. Ella sabía que así iba a ocurrir. La llevaron al proceso ante un tribunal revolucionario. El populacho, tan beligerante, la aborrecía como si hubiera clavado su cuchillo en el corazón mismo de la patria. Pero un círculo intelectual muy grande veía en ella a una libertadora. La defendió con ardentía el mismo abogado Claude François Chaveau Legarde, quien igualmente había defendido a la reina María Antonieta.

Un abogado valeroso, de gran cultura y verbo, acorde con la oratoria de estos tiempos en que se podía ejercer una dictadura a base de discursos. El incorruptible, que no tiene amigos ni admira ni respeta a nadie, ordena la detención de Francisco Miranda, sin importarle la absolución que cincuenta días antes había hecho un tribunal. Detenido en la prisión de La Force aquel 5 de julio y sabiendo lo que le esperaba, Miranda recursivamente se dirige a la propia Convención y le pide que se le escuche. La Convención accede y le escucha. Pero esa ya no es el mismo cuerpo deliberativo del pasado. Es una asamblea sumisa y temerosa de la omnipotencia del dictador que, cuando quiere grita y gesticula, y en la madrugada se cumple su palabra quemante con las detenciones ejecuciones a granel.

Por lo tanto, ningún comentario se hace en relación con el discurso del general venezolano. Y vuelve a La Force, donde encuentra numerosos amigos esperando el día fatal. Allí estaban Vergniaud, Condorcet, Thomas Paine, Chatelet, Armand Custine y mucho más, porque la cárcel estaba atestada. Todos saben acerca de la existencia de una lista que fue elaborada por Robespierre que denominan la Lista de 12 Termidor. También se sabe que allí, entre muchos, estaba consignado el nombre de Francisco Miranda. El que fuera Secretario de Estado norteamericano y autor de la conocida doctrina Monroe, Mr. James Monroe, era a la sazón embajador de Estados unidos en París y aboga por Miranda incansablemente. Seguramente también por Paine.

No obstante, lo único que logra es dilatar, lo que ciertamente ya es mucho. Y entre tanto pasan los días y los meses, el caraqueño conoce en la cárcel a una mujer muy bella que visita con mucha frecuencia y devoción a su esposo, el marqués Armand Custine. Eran tiempos verdaderamente difíciles en los cuales se vivía al día y se practicaba el amor con el último suspiro. Nada dejaba raíces que superaran la ansiedad del día siguiente. Y a pesar de la devoción por su esposo, que pronto haría el paseo de la carreta, Delphine Custine se vio atrapada en las conocidas artes amatorias de ese general venezolano que lucía, con atractiva y exótica personalidad, una argolla de oro en la oreja derecha.

Muerto el marqués en la guillotina, Delphine siguió yendo a La Force a visitar a Miranda y a fornicar con él en el camastro carcelario, sin mucha intimidad. Un día, por encargo de Miranda, Delphine busca en su farmacia al doctor Cabanis, amigo de aquel, quien le suministra un veneno que le lleva en provisión, el que guarda celosamente en su faltriquera para el momento aciago que espera con tanta incertidumbre. Ha decidido que no hará el humillante paseo de la carreta ni soportará el escarnio de la guillotina. Los amores con Delphine fueron ardorosos, pero no por mucho tiempo. Nada en esa época era por mucho tiempo. Ella era veleidosa y casquivana.

De los brazos mirandinos pasó a los del célebre marqués de Chateaubriand, y de allí pasó a los oscuros brazos del siniestro personaje de boca apretada, más tarde ministro de policía, José Fouché. Pero siempre tuvo disposición de servir a Miranda en cualquier requerimiento que éste le hiciera. La poeta inglesa Helen Mary Williams con el número 102, amiga de Miranda a quien visitaba con asiduidad, dejó este apunte en su obra: Miranda se sometió a una prisión de 18 meses bajo la continua expectativa de la muerte, con esa fuerza de ánimo filosófica que poseía en alto grado.

Estaba determinado a no ser arrastrado a la guillotina y con tal fin se había provisto de veneno. Armado de ese modo, hizo que le enviaran un número de libros de su biblioteca y los colocó en una pequeña habitación de la cual consiguió medio de conservarse un único dueño. Allí me dijo que se empeñaba en olvidar su presente situación mediante el estudio de la historia y las ciencias. Trató de considerarse pasajero de un largo viaje que tenía que llenar el vacío de las horas con la búsqueda de conocimientos, y estaba igualmente dispuesto a parecer o a llegar a la costa. Y cuando su compañero de cautiverio Achille de Chatelet, que está lleno de libros en La Force, le llega la noticia de que Madame Roland, aquella espléndida mujer pensadora de la que se habló atrás, fue llevada al cadalso, él se suicida con valor y dignidad y hace donación previamente de sus libros su mayor tesoro, a ese general americano, también en turno, cuya cultura asombrada aun en los eruditos.

El dominio de Robespierre fue en verdad corto, pero intenso. Le tocó conjurar la contrarrevolución de La Vendée, mientras los aliados repetían con tenacidad los ataques de la guerra, Pitt se esforzaba en mantener un pie de combate en los mares y en las fronteras. Pero el gobierno no se acobardaba y por el contrario convoca un gran reclutamiento de ciudadanos que creen en la revolución. Trescientos mil hombres nuevos lucen orgullosos el uniforme de la república; y al mando de Nicholas Carnot, emprenden el pie de lucha y hacen retroceder a los coligados en los diferentes frentes, hasta la batalla, gloriosa de Wattignies, en la que muerden el polvo de la derrota.

En el asedio por los ingleses de Toulon, los cañones de un joven general que cuesta la tierna edad de veinticuatro años, derrotan a los impecables ingleses. Ese general, desde allí, iría por el camino de la gloria militar en ascenso, hasta llegar a la máxima cima a que puede llegar un hombre, y se llamaba Napoleón Bonaparte. Entre tanto, la revolución dicta una nueva Constitución y cambia hasta el nombre de los meses del año. En un estado absolutamente laico, Robespierre abomina de todas las religiones y de los conceptos de Dios, y crea una nueva deidad que debe imponerse por encima de todas las consideraciones espirituales: Es la Diosa Razón, a la que consagra el templo tradicional de Notre Dame, en una ceremonia absolutamente atea. En realidad, la Diosa Razón es el mismo concepto del ser supremo, sin una religión específica.

Los horrores no tenían ningún retén que los impidiera. Eran desafuero tras desafuero realizados por gente que creía en los valores fundamentales de los derechos del hombre. Como lo dijera la señora Roland, ¿cuántos crímenes en nombre de la libertad? Paradójicamente, para escapar a la guillotina, se guillotinaban los políticos; pero, ¿y los centenares de seres anónimos enviados a la muerte sin otro cargo que el de “sospechosos” y por qué tenía órdenes, como él decía, de “conseguir cabezas”?

¿De qué posible crimen contra el estado era reo Martín Alleaume, de catorce años, aprendiz de peluquero? ¿O el del anciano de ochenta y cinco Jacques Bardy? ¿O la doméstica, de dieciocho años, Marie Bouchard? Gracias a los minuciosos funcionarios de Fouquier, los nombres y circunstancias de casi todas las víctimas ejecutadas de la muerte de Danton se conservan en los archivos. El ánimo queda perplejo y en suspenso ante el registro de estas indiscriminadas carnicerías que costaron la vida a monjas, soldados, ex-nobles, trabajadores, domésticas y prostitutas por no mencionar a las innumerables víctimas no pertenecientes a clase predeterminada, pero que parecen haber sido atrapadas como sardinas en las mallas de una red invisible.

Dos días después de la caída de Robespierre, la inercia aniquiladora cobró la cabeza del gran poeta, todavía recordado, André Chenier, confundido con su hermano Salvador, y sin que se hubieran oído razones ni argumentos defensivos.


En este escrito se explicarán por qué no se apoya esas revoluciones sangrientas, y eso que antes yo mencioné que se debe hacer una revolución pero no como ustedes quienes están leyendo esto lo están pensando en este momento.

1. Hay tiranos sin educación, y Robespierre era un paramilitar que se robaba el dinero de las arcas y expropiaba a la iglesia matando inocentes. Junto a Marat acabaron a la otra facción de la revolución.

2. No sirve el federalismo, así como lo fue el imperio francés que fue apoyado por un sector de la burguesía, fue apoyada por Francia y lo primero que hicieron fue asesinar al rey, se tiene la prueba que fue instigado por masones con la condición de endeudar al país con los bancos ingleses.

3. Nariño y Miranda sí se reunieron. Él vio con sus propios ojos los horrores de la revolución y su falta de organización en las leyes para darle poder a un animal. Por eso los criollos deseaban ser reyes en cada feudo y con un ejército. Lo que hace y ha hecho siempre el uribismo hoy en día.

Y aquí comienza el mierdero, el pelo de toda una vida no era ayudar a nadie, incluso tenía un plan maestro para destruir a todos los reyes del mundo y de las monarquías. Entiendan ahora porqué toda la vida en Colombia no ha tenido paz, estando sujeta a ser una colonia de Estados Unidos e Inglaterra. La segunda parte del relato de este gran político, militar, diplomático, escritor, humanista e ideólogo venezolano que hizo historia tanto en Europa como en la Nueva Granada llegará pronto.


Sabrán que va a seguir en esta historia.


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