El final de una historia que si no es narrada en los colegios, lo será narrada aquí y para poder incomodar a los oligarcas de este país que quiere sumir en la ignorancia y en la brutalidad a los colombianos.
Supongo que leyeron las otras dos partes del resumen que les publiqué. ¿Verdad? Es tiempo de que la conozcan y acepten en sus mentes lo que siempre se ha ocultado, vacíen su mente de ver a personajes que no aportan nada a la sociedad, ya sea chismes, partidos repetidos de fútbol, música que les daña la mente con sus sonidos repetidos y dejar de creerle a esos medios que tienen miedo de aceptar que perdieron la credibilidad que les quedaba, porque no tienen financiación de los grandes y poderosos que se lucran con los negocios de la cocaína.
El encadenamiento lógico de hechos de distinta naturaleza que venían sucediéndose en el Virreinato de la Nueva Granada, cuando de menos desde 1781, primera explosión del descontento de los pueblos, tenía que culminar necesariamente e un Grito de exasperación que pudiera dar en la tierra con todo lo existente y que apuntara a nueva era. El mes de julio de 1810 estaba señalado en los destinos históricos para los grandes sucesos que esperaba el país con tanta ansiedad como alarma, y como era natural correspondía a los cabildos la defensa de las libertades comunales en concordancia con lo tradicional que arrancaba de la insurrección de las comunidades de Castilla.
Dentro del estatuto orgánico hispano-colonial, en el cabildo, ayuntamiento, justicia y regimiento de las ciudades se concentraban todos los poderes de la república: legislativo, ejecutivo, judicial y electoral de las circunscripciones regionales; a él, por consiguiente, como representante legal de los asociados, le tocaba velar por la salud y bienestar de la comarca. “Juan Francisco Berbeo, dice el general Rafael Uribe Uribe, al suscribir las capitulaciones con los delegados de Bogotá, de El Mortiño, dijo obrar a nombre y con la representación de sesenta y seis cabildos que habían apoyado el movimiento”. Llegado, pues, al punto de saturación el proceso histórico, los cabildos neogranadinos tenían que entrar en acción y así lo hicieron.
Ya hemos apuntado el paso trascendental del cabildo de Cali, que en sesión solemne, proclamó su rompimiento con el régimen existente e hizo declaraciones de independencia de tal naturaleza, que días más tarde, cuando ya se habían cumplido los sucesos del 20 de julio de 1810, en Santafé, le merecieron un voto de aplauso al Vicepresidente D. José Miguel Pey, por haber encontrado esa actitud libertaria de Cali en “perfecta unanimidad de sentimientos” con lo practicado en la capital del Virreinato ; de suerte que Cali tendría “el honor de decir a la posteridad que se anticipó a manifestarlos, y correr los riesgos a que se exponía su declaración”.
El Asesor del cabildo, D. José Joaquín Camacho, fue el encargado de sostener esta conferencia. Así que se impuso Amar el objeto de esta misión, se denegó abiertamente; instado segunda vez con razones victoriosas, se indigna y con un aire feroz respondió: Ya he dicho. Así se terminó una medida humana, justa y que habría salvado a este Virrey endurecido en su sistema imperioso y humillador. ¡Desgraciado! No sabía que era el último ultraje que hacía al cabildo y al pueblo.
Perdido para siempre el archivo municipal de Bogotá por el incendio de las galerías del Cabildo, en el año 1900, parecía que ya no pudieran reconstruirse los hechos memorables sucedidos en ese día, grande entre todos los días de la patria colombiana. Más no fue así: quedaban en diversos sitios papeles empolvados de la época, relaciones, cartas y hasta la crónica del día en los periódicos independientes que participaron a publicarse de allí a poco, cuando estaba aún fresca la memoria de los acontecimientos. Y lo más curioso es que quienes nos ofrecen una trasunto de todo lo que aconteció en las “18 horas” del golpe revolucionario, es decir, desde las 12 del día viernes, 20 de julio, hasta la madrugada del 21, según cálculo que hizo de la duración del movimiento inicial de independencia el Tribuno del Pueblo, don José Acevedo y Gómez, son los mismos actores en esos grandes hechos, españoles y criollos, cada cual desde su respectivo ángulo de observación producida por hecho tan prodigioso, estamos enterados, de lo que sucedió, hora tras hora, hasta que quedó cumplida la gloriosa jornada.
Don José Acevedo Gómez, el personaje clave entre los hombres de la revolución en el momento solemne de darse el grito del 20 de julio, le escribió al día siguiente, a las siete de la mañana, a su primo José Tadeo y Gómez, vecino del Socorro, para darle cuenta de lo ocurrido hasta esa hora, en frases que sonaron vibrantes de entusiasmo patriótico, cuando apenas acababa de cerrarse el primer acto de la transformación política del Virreinato. Acevedo y Gómez inicia su relato desde el día 19 en que se preparaba la tormenta revolucionaria.
Esa carta la leerán en el libro, así sabrán que fue lo que le escribió.
La figura cumbre del gran día fue don José Acevedo y Gómez, natural de la parroquia de Monguí, de la jurisdicción de San Gil. Tenía poco más de 36 años cuando fue proclamado por el pueblo como su Tribuno. Aceptó la responsabilidad, que podía ser la de jugarse la cabeza en esa hora decisiva y arengó a la multitud amotinada frente a la Casa Consistorial en términos tan vibrantes, tan emocionantes y tan convincentes que tuvieron la virtud de encaminar los acontecimientos a los fines que los hombres de la revolución se proponían y alentó a los patriotas que en esos momentos permanecían en sus casas a la espera de una posible reacción por parte del Gobierno.
Ahora lo más importante es exponer a José González Llorente, no solo como el cordero emisario, en ese momento, de los pecados del “mal gobierno”, colocado por su desventura en los caminos de la historia para hacerlo personaje célebre en los anales de Colombia. Su larga relación, escrita en Kingston, en 1815, es un resumen, desde su punto de vista, de todo lo que aconteció en el Virreinato de la Nueva Granada y primeros pasos de la nueva república, a partir del horrible día (para él) del escándalo hasta la fecha de su escrito. Lo curioso del caso es que González Llorente, que había permanecido en el Virreinato de Santafé, (en Cartagena y Bogotá), por espacio de 31 años, entregado a ocupaciones de hombre de negocios, no era dentro de la vida ciudadana, ni en el círculo familiar, por lo que se sabe de él, un buscapleitos, o egoísta o peligroso social.
Según lo expuesto por el historiador Eduardo Posada, “Llorente era un hombre acaudalado y filántropo; y si tenía enemigos, era solamente a causa de sus ideas realistas y por mostrar encono contra los americanos”. La hora fatal lo encontró a él en estado de prosperidad como comerciante y como empleado encargado de la administración de las Casas de los Reales Hospicios y de la de Expósitos de Santafé, a las que ayudaba con largueza. Otro detalle muy curioso, que nos cuenta él mismo de sus actividades en la capital, es el de que ejercía, para españoles y criollos, el oficio de traductor.
Y se comprendió que los servicios del traductor de un inglés, los prestó el personaje ya mencionado al Gobierno de la Patria Boba, después de salir de su primera prisión, que duró alrededor de seis meses, después del 20 de julio. Y es esta una de las sorpresas de la historia, que un chapetón, realista recalcitrante, como González Llorente, que habría servido como cabeza de turco para iniciar la revolución, tuviera que ser ocupado por esta para sus servicios de propaganda y ya vemos como este buen patriota español se daba modos para trabajar por su causa, al propio tiempo que se veía obligado a cooperar por la de quienes odiaba con odio inextinguible.
El precioso documento que contenía “la voluntad del pueblo” de Santafé, interpretada por los hombres de la revolución en el momento solemne del 20 de julio, con arreglo a las circunstancias políticas que contemplaban y a tono con los anhelos de otras regiones de la América hispana, se llamó Acta de la Independencia desde el mismo instante de su expedición porque así lo entendían los dirigentes para fines ulteriores y como tal pensaron publicarlo para conocimiento de todas las provincias y aun fuera de ellas. Así lo afirma quien lo redactó, don José Acevedo y Gómez en carta a don José María del Real a pocos días del gran suceso. (Otra carta que ustedes leerán en el libro).
El grito del 20 de julio de 1810, puede decirse que fue dado por todo el país, porque los firmantes del ACTA no fueron únicamente los santafereños de nacimiento; los hubo del Socorro, de Popayán, de Monguí, de Cúcuta, de Tunja, de Cali, de Purificación, de Girón, de Bucaramanga, según consta de su origen y seguramente los hubo de otras regiones, porque Santafé, como ha seguido siéndolo Bogotá, a través de los tiempos, fue centro vital del país y a ella acudían de todo el Virreinato a avecindarse, ora por habilitarse en mejores planteles de educación, ya también por motivo de los negocios.
Lo que deben saber ustedes es que cuando empezó la revolución del grito de independencia, Llorente fue enviado a la cárcel, y luego de eso, comenzaron a gritar que se hiciera lo mismo con varias personas como lo fue un señor de apellido Infiesta, Trillo, Bonafé y otros que se mencionan aquí. No aguantaron la orden de nadie, porque ya no respetaban ninguna autoridad, y se dirigieron a casa de los dos personajes que se acabaron de mencionar. Estos, que desde el principio temieron mucho, procuraron esconderse, y el primero salió fuera de su casa, quedándose el otro escondido en ella en un zarzo.
Entre los días 20 y 31 de julio la revolución estaba en su máxima capacidad hasta el 1 de agosto de 1810. Pero retomaron todo doce días después luego de la relativa calma, viendo apenas la presencia de pequeños incidentes como la llegada de los refuerzos de tropas que Amar había pedido, desde mucho tiempo antes del 20 para resguardarse y que se le habían despachado al mando de Talledo, el cual supo en Honda, con mucho dolor que lo puso enfermo, todo lo que había pasado en Santafé en ese día; la salida de la ciudad de los familiares de los ex-Ministros de la Audiencia; desfile de tropas ante la Junta; erección de varias aldeas en villas sin que les costara nada la elevación, como en otros tiempos, etc., pero el 13 se reanudó el alboroto en la plaza.
Lo demás, la declaratoria de independencia absoluta, ya vendría, casi como mera fórmula en fuerza de los hechos cumplidos, solo como notificación de que a partir del 20 de julio de 1810, la antigua colonia neogranadina había roto los vínculos que la unían a la madre España (o eso es lo que parece) para constituirse en estado soberano, libre e independiente y estaba lista a defender esa decisión, así les costara ríos de sangre, las vidas más preciadas para la república, desolación y ruina, como en efecto le costaron para presentar al nuevo civilizado una nueva nación, que tras de dolorosas tragedias a lo largo de ciento cincuenta años de buscarse a sí misma para hacerse grande, fuerte y próspera, hasta que después de la muerte de Bolívar y Santander se dañara todo y fuera hasta el día la sirvienta y el patio trasero de los Estados Unidos.
Colombianos, así terminó este resumen de tres partes que traje para ustedes. Si necesitan ese libro para leer, lo pueden consultar con varios de mis compañeros, o conmigo. Así sabrán la verdad y que personas participaron en este suceso histórico que unos oligarcas han “festejado” por más de 200 años y sin darnos cuenta de que matan a nuestros manifestantes, profesores, indígenas, estudiantes y demás personas que salen a defender sus derechos de esos indolentes que hay en el poder. No es todo por hoy, pero va siendo hora de cerrar este capítulo.
Fin.
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