La continuación que muchos quieren saber y que no quieren escuchar, porque empezarían a fragmentarse mental e históricamente. Pero no son más que unas cabezas vacías.
En el capítulo anterior hablamos de cómo se empezó a planear el golpe de la independencia de Colombia. Deben saber que no todos han podido aceptar la verdad y son tan mezquinos para ver más allá de lo evidente, ya que no poseen los libros que estoy leyendo, ni tampoco aceptan participar en mi proyecto. Bueno, les puedo decir a todos ustedes que esa es la única salida a la ignorancia total y a la desinformación. Recuerden, esto es un resumen del libro Génesis de la Revolución del 20 de julio de 1810. Disfruten de la lectura.
El Virrey Amar, con previo acuerdo de sus consejeros, puso en planta las medidas propuestas por Manuel Mariano de Blaya, aunque la misión de expurgar la correspondencia privada y de confiscar los papeles públicos no se creyó prudente confiar a empleados de segundo orden, sino a los gobernadores de las provincias, mediante órdenes reservadísimas, de las cuales no debería quedar constancia por tratarse de medidas de emergencia, mientras durase la tormenta y sin que aquello afectase en nada al real erario.
Ya con anterioridad, el Virrey, al tener noticia de las graves ocurrencias de España, había dirigido “una enérgica y elocuente proclama”, según concepto de la Gaceta del Gobierno de Sevilla, que la publicó en parte, para dar cuenta a los neogranadinos de la perfidia de Napoleón, exhortarlos a estar unidos en pensamiento con la madre patria y reducir los gastos para no mermar los caudales con que todos deberían contribuir en tan grande calamidad. Aunque Amar en su proclama decía tener confianza en la lealtad de todos los vasallos de estas partes, en su interior estaba convencido de lo contrario por la actitud reservada de los criollos ante los sucesos que habían privado de rey legítimo a España; la insistencia con que le habían hecho llegar el deseo de constituir Juntas de Gobierno, semejantes a las que se habían dado las provincias de ultramar, lo que a su juicio representaba un paso muy grave para desarticular su administración y reconocer derechos de los colonos a intervenir en la cosa pública, con representación propia y proporcional que nunca se les había otorgado; la circulación clandestina de papeles que podían torcer y de hecho torcían el criterio de los pueblos y el malestar que se advertía en distintas regiones del país, junto con ciertos anhelos, no por constreñidos menos significativos, de un cambio de métodos de gobierno en coyuntura fatal con la invasión napoleónica y la nueva política del gobierno intruso de los hermanos Bonaparte.
Todo ello tenía hondamente preocupado al Virrey, aunque de sus recelos y temores no participarían totalmente sus áulicos de la Audiencia. Así las cosas, dictó órdenes reservadas para vigilar más estrictamente a individuos que se señalen por sus ideas subversivas, cuya lista tenía él a buen recaudo y se predicase en todos los tonos el acatamiento al legítimo soberano, sin exagerar las noticias que viniesen de España, antes bien aminorándolas y llevando al ánimo de las gentes la confianza en el pronto restablecimiento del amado Rey Fernando VII en el trono de sus antepasados, con acatamiento a la Junta Suprema de España e Indias mientras se cumpliese el deseado retorno del monarca.
El año de 1808 se cerraba para el Virreinato de la Nueva Granada entre temores, recelos y angustiosas expectativas, igual que en otras partes de América especialmente en Charcas, Quito, Venezuela, El Río de la Plata, México y Chile; y no es que se debiera ese malestar, como apunta Posada “a la poca actividad y excesivo candor del Virrey Amar; en México, al abandono de Iturrigaray; en Buenos Aires, a la indecisión de Sobre monte; en Chile, a la lentitud de Carrasco, y en Quito, a la imbecilidad del conde Ruiz de Castilla”, no; había en el ambiente signos re renovación de hombres y métodos, fuerzas telúricas que empujaban hacia otros destinos y hechos políticos, sociológicos y económicos que habían preparado nuevos caminos en la historia.
Recuerden que todo esto ocurrió, cuando Antonio Nariño estaba en la cárcel.
Con la fecha 15 de octubre de 1809, dirigió el Virrey Amar a la Audiencia una carta con el carácter de muy reservada para denunciarle que se le había dado noticia derivada de persona cuyo crédito no era de despreciarse, pero que interesaba reservar su nombre y circunstancias, de que por el Magistral de la Iglesia Catedral de la ciudad de Santafé se trataban cosas contrarias al buen orden y subversivas del Gobierno; que en su casa se habían juntado varios sujetos a conferenciar sobre el asunto, y probablemente en ella y pieza reservada de su despacho se encontrarían papeles relacionados con esa conspiración; que según el aviso, se trataba nada menos que de sorprender al Virrey una noche, en su casa, lo mismo que al cuartel de la tropa, que se lisonjeaba en poder sobornar, apoderarse de las armas, caudales de cajas y demás depósitos y erigir una junta independiente, la que deberían presidir alternativamente, de dos en dos años, don Luis Caicedo, don Pedro Groot y don Antonio Nariño.
Y esto es para que la ejecución de este proyecto contaban con una porción de negros esclavos que debían traerse de la hacienda de Saldaña, a quienes se les ofrecería la libertad en recompensa, con gente recolectada y ya seducida en la mesa de Juan Díaz, con setecientos hombres de Zipaquirá, bajo la dirección de su Corregidor y con mil quinientos hombres del Socorro que podría levantar allá el administrador de Aguardientes, don Miguel Tadeo Gómez, quien para el efecto parecía estar en inteligencia con el Regidor de la capital, don José Acevedo Gómez (recuerden este nombre).
La audiencia, leído en Acuerdo el oficio, dispuso que para obrar conforme a derecho en el asunto gravísimo que se le denunciaba, se solicite del Virrey “que el denunciante formalice el denuncio dando razón de él y los datos que tenga, en el concepto de que su nombre se reservará absolutamente de modo que en las diligencias se oculte a testigos y reos” y por el momento se encargue el ministro más moderno, don Joaquín Carrión, de celar la casa del Magistral don Andrés Rosillo.
Constreñido el Virrey a que declarase el nombre del denunciante para instruir el proceso, avisó a la Audiencia que el soplón era el plebiscito Pedro Salgar, cura de la ciudad de Girón y en el momento residente en la capital; que Salgar comunicó la especie a Andrés Rodríguez, oficial de la Secretaría del Virreinato y este, a su vez, la pasó a su inmediato superior don José de Leiva por donde llegó hasta oídos del Virrey. Tramitado el asunto con los anteriores sabedores del secreto y pedido el correspondiente permiso al Provisor del Arzobispado, don Domingo Duquesne, fue citado a declarar ante el Regente, don Francisco Manuel de Herrera, el presbítero Salgar.
Conviene recordar aquí episodios de los días de gestación del magno acontecimiento del 20 de julio; divertido el uno por la candorosidad de quienes fueron actores y trágico el otro, en que algunos de ellos pagaron con la vida y con prisiones su pasión de independencia, pero ambos muy significativos de la agitación reinante en todas las clases sociales por una transformación a corto plazo. Nos referimos a la audaz intentona de apoderarse de las armas del gobierno para volverlas contra él y a la también fracasada revolución de Casanare, con saldo de las dos primeras víctimas sacrificadas en aras de la nueva patria.
Como ya se dijo, en la Junta de notables del 11 de septiembre de 1809, se dispuso por el Virrey y los Oidores, contra la opinión de los criollos, enviar a Quito un buen golpe de gente armada para dominar por la fuerza el alzamiento del 10 de agosto anterior para el caso de que no pudiera dominarse con las buenas razones del Marqués de San Jorge. Según Caballero, “el 27 de octubre salió una partida de tropa (del) auxiliar, con sus pertrechos de guerra para Popayán para los quiteños”. El 28 “salió otra partida para Popayán, por la madrugada” y el 29, “salió otra partida, llevaron 700 fusiles pedreros y obuses y demás pertrechos”. Las partidas del Auxiliar, componían en total una fuerza de trescientos hombres, pero conducían armamento para setecientos más que debían reclutarse en la fidelísima provincia de Popayán.
Como dije, esto es apenas un resumen y ya nos estamos acercando a la parte que muchos han querido saber y que personas como Álvaro Uribe Vélez, Andrés Pastrana, César Gaviria, entre otros personajes no quieren que el país conozca la verdad de su propia historia. Sin embargo, gracias a la tecnología, los cambios y la verdad se está exponiendo y aquí vamos a ver cómo fue que ocurrió este evento que cada año “celebramos”, porque hay que dejar en claro que no estamos independizados, sino viviendo como los esclavos de una superpotencia en decadencia.
El proyecto no podía ser mejor, así por la oportunidad del desarme de la capital, como por la circunstancia de contar con dos frentes de reclutamiento de los mejores dispuestos para la revolución: la provincia del Socorro, conocida por su voluntad de lucha y dispuesta a todos los sacrificios para crear un nuevo orden y las poblaciones de La Mesa y Purificación, adictas a Caycedo y demás agitadores, y donde se daría por primera vez el grito de libertad de los esclavos negros. De haberse llevado a cabo el golpe, con buena organización y ánimo resuelto, seguramente se habría obtenido como resultado la insurrección general en el centro del Virreinato; la caída de Santafé en poder de los alzados y con ella la deposición de las autoridades y el establecimiento de una Junta de Gobierno que pretendían los promotores del asalto.
Posesionados del pueblo, que era la capital del Corregimiento del Meta, y además, la sede de la Prefectura de las Misiones, resolvieron cumplir un acto que debería tener cierta resonancia en toda la comarca, cual fue el hacer leer a don José de Flandes, el prisionero Corregidor, la siguiente proclama que para el efecto habían escrito Rosillo y Salgar. La tiranía, bizarros compatriotas que nos amenaza, y la certidumbre de la extinción de nuestra religión, debe influir un coraje tan celoso que reanime a oponernos a los traidores que vil y bajamente traman nuestra ruina.
Todo se va conectando tal y como debe ser. En un breve resumen transcrito conocen al detalle de todo lo que pasó en esa época, pero los tibios dirán que eso es mentira y que no hay pruebas de ellos. Lo que pasa es que esos inútiles de mente les dan pereza ir al Museo Nacional porque no quieren conocer todo lo que ha ocurrido en su país y quieren evitar romper su burbuja y socializar con personas que no son de su clase. Cuando hable de un tibio que existió en la Nueva Granada, se irán de para atrás y mostrarán peor su indignación.
Ya nos veremos la otra semana...
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